Más allá de lo que sufrió Iosef personalmente a causa de su oposición a la conducta promiscua de Madame Potifar, los egipcios se enteraron que los hebreos eran claramente diferentes. No participarían de su inmoralidad, aun si cayeran presos de idolatría.
Nuestro primer exilio
Nosotros hemos nacido y vivimos en medio de una sociedad con principios, estilos de vida y prioridades ajenos a los nuestros. Nuestros padres y abuelos también han nacido en entornos ajenos a los suyos (y distintos al actual) y, por lo tanto, hemos tomado este hecho como una circunstancia “natural” y tratamos de navegar lo mejor posible dentro de cada coyuntura sin destacarnos, pero también, sin perder nuestra identidad.
De todos modos, nos costaría imaginar nuestra existencia sin aquel mundo diferente allí afuera, precisamente porque todas las generaciones recientes han estado viviendo así.
Claro que la necesidad de no manifestarse diferente innecesariamente, no siempre favorece la no menos importante exigencia de no asimilarse.
Por el contrario – se constituye en un factor que conduce a la pérdida de presencia y filiación para ser parte del resto del contexto, y esto suele ser uno de los mayores desafíos de nuestra existencia como judíos del exilio.
No obstante, no siempre fue así.
Hacia fines del libro Bereshit, encontramos a la familia de Ia’acov que por decreto de D”s, arribó a Egipto, que en aquel momento configuraba la mayor “civilización” existente.
Habiendo vivido hasta aquella coyuntura en un país que los reconocía como distintos, y por lo tanto mantenía la distancia social para con ellos, en el momento que debieron pisar Egipto en carácter de parientes del Virrey Iosef - que había salvado al país de la hambruna - se abrían nuevos horizontes y retos a su forma de pensar y vivir.
Cada uno de estos encuentros se describe en la Torá: en primer lugar la presentación de Iosef ante el Faraón. Luego, el encuentro de Iosef y sus hermanos y el de Iosef con su padre Ia’acov, como así también las audiencias que concedió el Faraón a Ia’acov y a sus hijos.
En cada uno de los casos nos cruzamos con la disparidad en el modo de pensar, y también con el esfuerzo de la familia de Ia’acov por no integrarse a la sociedad egipcia.
Antes de proseguir, tomemos en cuenta el factor Di-vino: D”s envió a Iosef a Egipto, y éste obtuvo allí una posición privilegiada que le permitió abogar por ciertas concesiones de parte del Faraón para con su familia.
Pero, aun antes de ese momento, Iosef ya había dado claras pautas a los egipcios de que los hebreos se conducen con normas muy distintas a las de ellos.
El primer cargo que había ocupado Iosef en Egipto, había sido el de mayordomo del palacio de Potifar. La esposa de Potifar no tardó en reconocer las virtudes de Iosef, y en típico método egipcio trató de seducirlo sin importarle en absoluto la infidelidad hacia su marido…, salvo que Iosef no era egipcio y no se dejó llevar por sus avances. (De todos modos, tengamos en cuenta también que la propia Madame Potifar no acometió en contra de Iosef, sino recién cuando lo vio un día - frente al espejo - arreglar su aspecto - Rash”í,Bereshit 39:7)
Este episodio le costó la cárcel a Iosef, y durante muchos años fue el tópico de conversación de la gente – quizás precisamente por la singularidad de su férrea posición (Rash”í Bereshit 40:1).
Más allá de lo que sufrió Iosef personalmente a causa de su oposición a la conducta promiscua de Madame Potifar, los egipcios se enteraron que los hebreos eran claramente diferentes. No participarían de su inmoralidad, aun si cayeran presos de idolatría.
Efectivamente así fue: mientras los egipcios ni siquiera tenían certeza acerca del linaje o paternidad concretos de sus “hijos” (Shmot 12:30, Rash”í), los hebreos no cayeron en sus licencias disolutas (Bamidbar 26:5, Rash”í).
Aun así, cuando el Faraón se dispuso a contender con los hebreos, no dejó de intentar hacerlos caer víctimas de tentaciones, limitando el contacto de maridos y esposas (Hagadá de Pesaj, sobre Dvarim 26:7).
La propia Madame siguió manteniendo vivo el tema de Iosef a oídos de la gente. La cuestión no bajó “de cartelera” hasta que D”s mandó otro enredo en el séquito del Faraón para que los programas de chismes tengan otros titulares en los que ocupar su insaciable curiosidad y fisgoneo por lo privado de la gente.
La arrogancia era parte integral de la vida egipcia. Hasta el reo más vil se alegraba y gozaba por el sufrimiento de quienes estaban en una situación peor que la propia (Rash”í Shmot 11:5 y 12:29).
El propio Faraón respondió luego a Moshé: “No conozco a D”s, y no liberaré a Israel” (Shmot 5:2). También lo cita el profeta Iejezkel (29:3): “Mío es mi río (Ie’or) y yo mismo me he creado”.
Cuando después de varios años de cárcel, el Faraón mandó llamar a Iosef para que le interprete sus sueños acerca de las vacas y las espigas, luego de varios intentos infructuosos con sus hechiceros usuales, la respuesta de Iosef impactó en los oídos del Faraón: “bil’adai - no depende de mi, Su Majestad faraónica, sino de la Voluntad de D”s de transmitirme el significado de Su sueño” (Bereshit 41:16).
Otro idioma – totalmente desconocido para quien vivió su vida rodeado de intrigas cortesanas llenas de envidias ataviadas con guantes blancos. De inmediato, el Faraón supo que Iosef era la persona indicada y conveniente para dirigir el racionamiento y la distribución de los alimentos limitados.
(Pero, como sucede en tantos órdenes de la vida, reconocer la integridad y dignidad de otro ser humano es relativamente fácil. Mucho podemos jactarnos de tener conocidos de extrema piedad. Puede hasta “hacernos sentir bien” hablar con ellos. Emularlos es “otro cantar”).
En el mensaje que Iosef envió a su padre Iaacov, por medio del cual lo invitaba a Egipto, sabiendo lo intranquilo que estaría por la potencial influencia egipcia sobre su familia, le ofreció habitar en la tierra de Goshen, donde estarían apartados del grueso de la población (Bereshit 45:10). Iaacov aceptó y envió a su hijo Iehudá que preparara el sitio antes de su llegada (46:28).
Una vez instalado en Egipto, le tocaba a Iosef preparar las audiencias protocolares de su familia con el Faraón. Obviamente, ellos no eran simplemente un grupo de personas más entre tantos inmigrantes. Eran nada más y nada menos que los familiares de la persona en quien el Faraón había depositado la confianza absoluta de la economía y seguridad del país, en una coyuntura inédita de terrible hambruna.
Iosef ya sabía cuál sería la pregunta central del Faraón a sus hermanos: “¿a qué se dedican?” (Bereshit 47:3)
Aclaremos que cuando al Torá nos narra que hubo algún diálogo entre personas, no es el relato de simples formalidades, amabilidades para llenar los vacíos (cuando no se tiene de qué hablar, pero “queda feo quedarse callado”), cumplidos de rigor o muestras fingidas de interés.
¿Qué significado tiene entonces la pregunta?
En Egipto el trabajo que uno ejercía, constituía su identidad y lo colocaba en el estrato social correspondiente según la categoría con la que los egipcios consideraban cada oficio (los resabios de esta clasificación siguen entre nosotros con ciertas modificaciones).
Iosef consideraba que convenía presentarse como hacendados, lo cual efectivamente habían sido anteriormente, y no como pastores que era el status al que habían “descendido” últimamente, porque no era bien visto en Egipto.
Aun así, eligió a los hermanos menos robustos para integrar la delegación, a fin de que el Faraón no los viera aptos para ser sus ministros.
Los hermanos, sin embargo, optaron por revelarse directamente como “simples” pastores, indicando también su poco interés por participar del quehacer político de la capital, provocando así una actitud negativa del Faraón, cediéndoles una ubicación más bien retirada, como era la tierra de Goshen.
Ahora tocaba el turno de presentar a Iaacov ante el Faraón. También para Iaacov el Faraón tenía una pregunta (¿indiscreta?): “¿Qué edad tienes?” (Bereshit 47:8).
La respuesta de Iaacov fue un tanto elaborada:
“Mis días de los años vividos cronológicos son ciento treinta años, pocos y malos han sido los días de mis años y no han alcanzado a los días de los años de mis padres en su existencia”.
¿Qué significa esta conversación?
El Faraón jamás había visto a una persona tan avejentada como Iaacov. Esto originó su interrogatorio (¿qué significado o propósito tiene acaso la vejez?).
La respuesta de Iaacov es aleccionadora. Efectivamente - respondió con humildad – los trazos faciales demuestran más sufrimiento (la persecución de Eisav, los engaños de Laván, el secuestro de Diná, la desaparición de Iosef…) que el que pasaron mis padres. Sin embargo, los años efectivos de vida productiva a nivel espiritual – que es lo que realmente cuenta - no han alcanzado los logros que mis padres tuvieron a esta edad.
Es importante señalar que hemos atravesado una experiencia de 2.000 años de exilio.
Las “culturas” y “civilizaciones” que hemos visto pasar frente a nuestros ojos, fueron numerosas y de las más diversas naturalezas. Por lo general, el tiempo que hemos permanecido junto a determinada sociedad, fue inversamente proporcional al tiempo que demoró nuestra adaptación e incorporación a dicha forma de vida – extraña a la nuestra.
La historia se repite, aun cuando cambian los colores y la decoración del escenario.
La familia de Iaacov arribó (lit. “que llegan”) en Egipto “cada hombre y su familia” (Shmot 1:1).
La proximidad entre los integrantes del núcleo familiar es fundamental para la supervivencia espiritual en un entorno hostil.
Asimismo, el tiempo presente (en lugar de expresarse en pasado), de “quienes llegan”, nos transmite la imagen de aquel que acaba de inmigrar a una tierra desconocida. La sensación es de incertidumbre, sentimiento de desacierto, desconocimiento del lenguaje, falta de hábito en las costumbres locales, percepción de ser un extraño.
En resumen: la imagen de vivir el destierro.
Si bien el recién llegado y sus hijos suelen sentirse presionados a dejar atrás esa incomodidad y convertirse en “gauchos judíos”, la celeridad en que esa metamorfosis se produzca, jamás ha favorecido la continuidad de la identidad propia.
Nosotros somos mayoritariamente 2ª, 3ª o 4ª generación de inmigrantes llegados a estas latitudes. Conocemos de cerca el fracaso de una rápida absorción a una sociedad ajena. Las lecciones de la llegada de la familia de Iaacov a Egipto y las colisiones espirituales subsiguientes, deben dejarnos una enseñanza válida para la actualidad.
Daniel Oppenheimer