jueves, 31 de agosto de 2017

La Campaña de Tzedaká

La campaña de Tzedaká pronto va a empezar. ¿Qué clase piensas que va a ganar el concurso por juntar la mayor suma de dinero?- preguntó Janá Rabinowitz, alumna del último año de la secundaria en Bet Yaakob mientras entraba a la escuela.
-El año pasado ganamos, aunque las otras clases tuvieran más alumnas. Esperemos que podamos hacerlo otra vez -dijo Jaia.
Al entrar en la escuela, no pudieron evitar ver los pósters que anunciaban el comienzo del concurso de Tzedaká 5766. El dinero se dividiría entre varias causas dignas. A la clase ganadora se le obsequiaría una fiesta y recibiría un reconocimiento especial en la asamblea escolar.
En clase, Rabí Grinbaum, el profesor, dijo:
-Chicas, estamos por dar comienzo a nuestro especial concurso anual de Tzedaká. ¿Alguien conoce alguna historia insólita sobre Tzedaká que quiera contarle a la clase?
Ribká Moscowitz, una niña que siempre rebosaba de entusiasmo, levantó la mano.
-Hace poco oí una hermosa historia -exclamó.
-Adelante, Ribká -dijo Rabí Grinbaum.
Ribká contó la historia.
Esto sucedió en Europa hace unos cien años, en una pequeña ciudad de Galicia. Había un Rebe jasídico que siempre daba la bienvenida a todos, pero se lo notaba especialmente cálido con Berel, el sastre. Berel era un judío muy sencillo, que pasaba casi todo el tiempo trabajando en su oficio. No era un Talmid jajam (estudioso de la Torá) sin embargo, siempre que llegaba a la sinagoga el Rebe lo recibía con una gran sonrisa y un cordial; ¡Shalom Alejem!
Los ojos del Rebe brillaban con una calidez especial cuando veía a Berel. Los jasidim (seguidores del Rebe) no se podían explicar este sentimiento especial del Rebe. ¡Se sorprendían muchísimo sin embargo, cuando alguien le pedía una bendición al Rebe y éste le sugería que fuera a lo de Berel, el sastre, a pedirle una bendición!
Un día, los jasidim tuvieron suficiente valor para preguntarle al Rebe. Esto es lo que dijo el Rebe:
-Un día, un padre vino a verme llorando porque el compromiso de su hija estaba a punto de romperse puesto que el hombre no tenía dinero para cumplir las promesas hechas a la familia del novio. No podía dirigirme a las personas que generalmente me ayudan porque justo había terminado de recaudar dinero para otras causas. Estaba a punto de abandonar todo cuando pensé en Berel. No es un hombre rico pero tiene un buen corazón y me ha ayudado con frecuencia.
Cuando le hablé, me contestó: -Rebe, todo lo que tengo es el dinero que estuve ahorrando para el casamiento de mi propia hija. Me llevó algunos años juntar este dinero, pero si lo necesita para salvar un casamiento, se lo daré. En cuanto a mi hija, HaShem ayudará.
Fue a otra habitación y volvió con un monedero. En realidad, estaba sonriendo cuando me lo dio, como si no se sintiera mal en absoluto. Dudé, sin saber si era correcto aceptar semejante sacrificio. Pero cuando recordé al padre desesperado y las lágrimas en sus ojos, decidí aceptar el dinero de Berel.
-Berel -le dije -que HaShem haga llover bendiciones sobre ti. Que tu parnasá (sustento) sea abundante para que siempre puedas ayudar a los demás y tengas suficiente para tu familia.
Berel sonrió como si acabara de ganar la lotería. Ahora entienden. Un hombre que se puede sacrificar así por otra persona tiene un mérito especial en el cielo.
Rabí Grinbaum dijo:
-Realmente es una historia especial. Gracias por contarla. Es una excelente manera de comenzar nuestra campaña.
-¡Oh! La historia no terminó -agregó Ribká.
Seis meses más tarde, la tía mayor de Berel falleció y le dejó una gran herencia. La hija de Berel pronto se comprometió y Berel ya no tuvo que preocuparse por ganarse el sustento.
-HaShem siempre recompensa a los que se sacrifican para ayudar a los demás -comentó Rabí Grinbaum. Pero niñas, quiero que sepan que uno no debe dar más de la quinta parte de lo que posee para Tzedaká. Berel fue obviamente una persona excepcional con mucha fe en que HaShem lo cuidaría. Todos estamos obligados a ayudar pero no a dar todo lo que tenemos.
-Una cosa más, chicas. Sé que van a empezar la campaña esta noche pidiendo a sus padres que contribuyan. Eso está bien. Pero recuerden dos cosas. Primero: sus padres tienen muchas obligaciones financieras y hay recesión así que muchos padres no podrán dar todo lo que quisieran. Segundo: lo importante de la campaña es que nosotros demos de nuestros propios ahorros y que vayamos a recaudar de otras personas. Así que recuerden, sus padres están sólo para alentarlas.


Todas las niñas se conmovieron con la historia de Ribká y se sintieron alentadas por Rabí Grinbaum para participar en el concurso de Tzedaká. Janá se sintió muy inspirada y decidió juntar dinero para la campaña. No tenía ahorros propios así que le pidió ayuda a su papá. ¡Qué grande fue su desilución cuando le dijo que no!
Le explicó:
-Tienes que darte cuenta, Jany, de que apenas tenemos suficiente para nuestras propias necesidades. Primero, tenemos que cuidarnos nosotros. Los tiempos son duros y no puedo darme el lujo de ayudarte.
Se sorprendió con su respuesta.
-Pero papi -dijo-, nosotros podemos arreglarnos. Baruj HaShem tenemos comida, casa y ropa. Hay tantos que ni siquiera tienen eso. ¡Necesitan nuestra ayuda!
-Bueno Jany, como dije, cuando las cosas mejoren y gane más, tendremos algún dinero extra para el concurso de Tzedaká, hasta entonces no podemos dar nada.
Jany estaba deprimida. Era verdad que su familia estaba lejos de ser rica, pero muchas familias tenían aún menos. ¿Cómo podía convencer a su papá de participar, aunque sea un poco? Quizás debería contarle la historia de Berel. Pero no, hasta podría decir: "la caridad empieza por casa".
Al día siguiente, como siempre, el señor Rabinowitz el padre de Jany fue a su trabajo en la fábrica. "No es un muy buen trabajo, pero al menos paga las cuentas", pensó.
Al llegar vio a los hombres reunidos en grupos y con los rostros serios.
-¿Te enteraste de las malas noticias, Rabinowitz? -preguntó David Landsberg-. Oí que la compañía va a despedir a cinco de nosotros por la recesión. ¡Vaya uno a saber quién de nosotros va a recibir el sobre!
El señor Rabinowitz se puso pálido cuando de repente tomó conciencia de que su trabajo estaba en juego. "Si soy uno de los cinco ¿cómo mantendré a mi familia?" pensó preocupado.
El capataz entró a la habitación.
-Señores, como ya saben tengo que darles un doloroso anuncio. Las ganancias de la compañía han caído considerablemente debido a la escasez de pedidos. Nadie tiene la culpa. Es por la recesión. Me han ordenado despedir al menos a cinco trabajadores para reducir gastos y recuperar dinero. Lo lamento más todavía porque todos son mis amigos.
Luego el capataz entregó sobres a cinco empleados. Estos contenían el anuncio y un cheque con el sueldo de una semana. El señor Rabinowitz se puso pálido cuando le entregaron un sobre con las malas noticias.
-Pero mi familia mi familia -balbuceó en tono suplicante. Le cayeron lágrimas por las mejillas.
El capataz se mostró compasivo, pero no podía hacer nada. Morris Schwartz, un compañero de trabajo del señor Rabinowitz, fue testigo de la desgarradora escena. Lo habían despedido aún estado en la compañía durante muchos años. Puso su brazo sobre el hombro del señor Rabinowitz:
-No te preocupes, Jaim -dijo-. Estaba pensando en retirarme pronto y además soy soltero, sin familia que mantener. Voy a ofrecerme para retirarme antes y así salvar tu empleo.
El señor Rabinowitz quedó perplejo. Pensó: "¿Es verdad? ¿Este hombre está dispuesto a dejar su trabajo por mí?"
El señor Schwartz se dirigió a la oficina y pidió retirarse antes para salvar el puesto del señor Rabinowitz. El capataz quedó sorprendido e impresionado.
-Muy poca gente ofrecería sacrificar tanto por otro. Si está convencido, estoy dispuesto a hacer el cambio. No hay nada malo con el señor Rabinowitz como trabajador, simplemente tenía que despedir a cinco.
Cuando Janá llegó a la escuela al día siguiente, sus compañeras ya estaban trayendo sus contribuciones para el concurso de Tzedaká.
-Es un buen comienzo -anunció Rabí Grinbaum- pero necesitaremos mucho más. Acabamos de recibir una llamada de Yerushaláim. El padre de diez niños falleció de repente y su viuda necesita desesperadamente dinero para mantener a su familia. Tenemos que ayudar a esta pobre familia. Así que niñas, necesitamos que cada una de ustedes, sin excepción, colabore y participe.
Janá se puso colorada al escuchar las palabras. Hasta ahora no tenía nada para dar. Imagínense la vergüenza si tuviera que decirle a su maestro que su papá no iba a contribuir porque "la caridad empieza por casa".
Mientras volvía a su casa, muchos pensamientos surgieron en su mente. Estaba equivocada en contar sólo con la donación de su papá. Después de todo, Rabí Grinbaum dijo que los padres estaban sólo para alentarlas. Conseguiría un empleo de niñera después de la escuela para ganar dinero para el concurso de Tzedaká y le pediría a sus familiares y a los comerciantes del barrio que la ayudaran
Cuando llegó a su casa, su padre ya había vuelto. Estaba contándole a la familia sobre el despido, como ya había perdido su trabajo y había sido salvado sólo por la bondad de Morris Schwartz.
-Imagínense -dijo-, renunció a su trabajo para que yo conservara el mío, semejante sacrificio, no sé cómo podré pagarle alguna vez.
Janá enseguida pensó en Berel, el sastre.
El señor Rabinowitz miró a su hija Janá y le dijo:
-Jany, hoy aprendí una lección. Es verdad que la caridad comienza por casa pero no termina allí. Así que, Jany, ahora me doy cuenta más que nunca que también tenemos que pensar en los demás. Voy a contribuir con un diez por ciento de mi ganancia para tu concurso de Tzedaká.

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